Una luz en el infierno

 Una luz en el infierno



En un mundo lleno de crueldad, lujuria, ambición, egoísmo y violencia, un mundo donde los más grandes explotan a los pequeños, donde la naturaleza es vista como dinero, las guerras son una solución y el poder es la meta de todos, en ese mundo vivía Aitor, un joven que nació en las entrañas mas humildes del norte de Argentina, Aitor creció en el seno de una familia humilde y llena de necesidades, viendo como el gobierno de su país dejaba morir a millones de personas en la miseria y sin que movieran un solo dedo para solucionarlo.

Así fue como empezó la historia de este joven, desde que era un pequeño soñaba con una vida digna para el y para su familia, donde no observara a su mamá ir de restaurante en restaurante pidiendo un trozo de pan o una gota de agua para alimentar a sus pequeños, como sus hermanos enfermaban por las infecciones generadas por la plagas y heces que se acumulaban en el pequeño y sucio rió que se encontraba a unos metros de su casa, casa que se sostenía con trozos de autos, casas, y de muebles que se encontraban cada mes cuando iban de visita al basurero como si fuera una excursión o un viaje familiar.

Fue creciendo con una perspectiva diferente a la de un niño común y corriente, en vez de jugar, se divertía buscando en los puntos de basura de la ciudad, imaginándose que iba en busca de un gran tesoro, en vez de ir a la escuela aprendía contando los tomates caducados para la cena de su familia y sus amigos eran los cientos de perros que se encontraba en la calle cuando recorría la ciudad en busca de que basurero asaltar, a los que les contaba sus grandes sueños y deseos.

En sus cumpleaños, el mejor regalo que le podían dar y que siempre pedía a su madre era una barra de chocolate rellena de caramelo que deseaba algún día poder probar, él decía “Esa barra que veo en las estanterías de los supermercados, pastelerías y dulcerías de la ciudad, a la que puedo mirar durante 30 minutos y no me canso, siento que ella, esa hermosa y reluciente barra es el amor de mi vida”. Pero a causa de su pobreza y de los pocos lujos que se podían dar como lo era cuando encontraban un pedazo de carne o pollo, cuando una amable persona les daba su sobra de comida, así que su madre no podía cumplirle el deseo a Aitor.

 

Con el tiempo Aitor le fue cogiendo odio y antipatía al mundo, a las personas, a su madre y hasta su propia vida, se sentaba en los parques o en las entradas de los cines o de las escuelas, a observar como esos niños esos niños del “cielo” como los llamaba el, gozaban de una vida esplendida y envidiable la cual él no podía tener. Después de pasar horas y horas caminado volvía a su barrio un lugar inhumano y tenebroso, donde nadie dialogaba con nadie, se desconfiaba hasta de la propia familia y se escuchaban cada noche las penas y sufrimientos de las personas que estaban muriendo en sus solitarias esquinas. Aitor decía “Estoy volviendo al infierno”.

Y así entre escombros, drogas, necesidades creció este creativo e inteligente niño, hasta convertirse en todo un muchacho. Un muchacho que no le importaba la vida ni la de su familia, estaba sumergido en las drogas y la delincuencia, había cometido más de 5 asesinatos y aproximadamente 20 robos, había intentado quitarse la vida en más de tres ocasiones y esos sueños, sueños que tenia cuando niño se habían esfumado en el aire como se esfuma el humo de su cigarrillo cada mañana.

Hasta que un día, un lluvioso y doloroso día su madre la cual estaba enferma tras una enfermedad infecciosa que había obtenido cae al suelo lentamente en vista de sus hijos menores, muriendo instantáneamente sin poder decir un me siento mal, me duele o los amo. Aitor y los pequeños al ver esta aterradora y lamentable escena de la muerte de su madre caen en una inmensa depresión y una miseria más grande de la que estaban.

Aitor se tenia que encargar de todo, cocinar, buscar comida y dinero para la subsistencia de el y de sus hermanos, desesperado y con una adicción de drogas sentía que se consumía en un agujero sin fin, que no podía sostener a sus hermanos y que la ausencia de su madre que tanto los amo y que el no valoro lo acababa más y más cada minuto, hora y día.

Empezó a escribir todo lo que sentía, lo que vivía y como lo vivía. Escribía pequeñas partes de su vida como podía y con lo poco que su madre le había enseñado, para el era la mejor forma de desahogarse después de las drogas, el escribir lo ayudaba a soltar y sacar todo lo que lo atormentaba por dentro, y lo que algún día soñaba ser. Así pasaron casi un año y medio, intentando sobrevivir con sus pequeños hermanos, dejando las drogas y escribiendo diariamente.

Un día, ese día 15 de noviembre como todas las mañanas, salió al rió a recoger un poco de agua para darles de beber a sus hermanos y a él, pero Aitor no se dio cuenta que el agua ese día estaba diferente, que los peses en la superficie del rió flotando no era una señal de que todo era normal y que el olor a químico intenso decía que esa agua no se podía beber. Sin pensar en las consecuencias y el origen de lo que percibió la llevo a su casa y sirvió agua en los vasos de plásticos doblados y desgastados donde comían y bebían cada día.

Con sed y calor por la temperatura de 35°C que hacia en ese momento, Aitor y sus hermanos tomaron el agua y en 3 a 5 minutos todos cayeron al suelo liberándose de donde vivían, viendo una luz de esperanza y vida para así dejar el sufrimiento que les traía las cadenas a las que estaban atados, donde solo sus escritos a medias exponían el sufrimiento que vivía Aitor y su familia a causa del infierno que se llama Sociedad.





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